jueves, 25 de junio de 2020

GUERREROS SAMURAIS Y NINJAS.

LOS SAMURAIS: GUERRAS ENTRE CLANES DE JAPÓN.

En el año 794, el quincuagésimo emperador de Japón, Kanmu, decidió establecer su corte en una ciudad situada en el centro de sus dominios, la actual Kyoto, llamada por entonces Heian-kyo, «la capital tranquila y pacífica». Se inició así una larga y brillante fase de la historia japonesa, el llamado período Heian (794-1185), que estuvo marcado por el predominio de la gran aristocracia cortesana reunida en la ciudad imperial, entregada allí al cultivo de las artes y a la imitación de la refinada cultura del Imperio chino, auténtico modelo del Japón medieval.
Sin embargo, lejos de Kyoto, en las provincias más agrestes del país, empezaba a hacer su aparición un tipo de guerrero que pronto impondría su ley y que acabaría encarnando el espíritu japonés durante más de un milenio: el samurái.
Al principio, al samurái se le llamó de diversas maneras: tsuwamono, mononofu, bushi… A veces también se le llamaba yumiya hito, «gente de arco y flechas». Pero el término que acabó imponiéndose fue el de saburai, es decir, «servidores», de donde procederá la palabra que ha hecho fortuna en las lenguas occidentales, samurái. Sobre sus orígenes existen diversas tesis. La tradicional sitúa a los primeros samuráis o servidores armados como defensores de una propiedad agraria. Otros suponen que surgieron como soldados-cazadores en las provincias del este, o bien como soldados-marineros en las del oeste. También se ha afirmado que eran jinetes armados naturales de las provincias del este, conocidas por su abundancia de «buenos caballos, buenos arqueros y buenos chamanes». Otras teorías plantean que los primeros samuráis formaban parte de bandas de forajidos de las provincias del este que mantenían vínculos comerciales con las comunidades agrícolas vecinas, especialmente los ainus, la etnia autóctona del noreste de Japón.
Comoquiera que sea, en el siglo X los samuráis formaban ya una clase social muy bien definida, que se caracterizaba por la propiedad de la tierra y por la actividad guerrera. Su condición se transmitía incluso hereditariamente. Frente a estos poderosos guerreros, los campesinos sentían temor –pues el samurái iba armado–, mientras que la corte imperial y la refinada nobleza cortesana, obsesionadas con la idea de que la violencia conllevaba una contaminación, sentían desprecio ante un guerrero que era considerado impuro por la sangre que derramaba. Todo ello permitió a los samuráis dedicarse libremente a los asuntos militares y acrecentar su reputación guerrera. Fue así como a mediados del siglo XII los samuráis alcanzaron su madurez e irrumpieron con fuerza en la escena política japonesa.

Rebelión Heiji

En 1156, la muerte del emperador Toba desencadenó una guerra entre facciones de la nobleza, la llamada guerra Hogen. Cuatro años más tarde se produjo otro cruento conflicto por el control del trono imperial.. Ambas crisis revelaron a la corte imperial japonesa su propia debilidad y el decisivo poder de la clase de los samuráis para dirimir sus disputas.


ENFRENTAMIENTOS POR EL PODER.

Las guerras Hogen y Heiji sirvieron para afilar las espadas ante un conflicto aún más grave, las llamadas guerras Genpei (1180-1185). La denominación procede de la primera sílaba del nombre de los dos bandos de samuráis que se enfrentaron en ese conflicto: los Genji (o Minamoto, en lectura japonesa) y los Heike (o Taira). Estos últimos se habían hecho con el poder tras la rebelión Heiji, y desde aquel momento su líder, Kiyomori, no había cesado de maltratar a la nobleza y a la corte imperial. Finalmente, éstas buscaron socorro en el otro gran clan samurái, el de los Genji, los perdedores en la última crisis y que seguían lamiéndose las heridas en las provincias orientales del país. El líder de los Genji, Yoritomo, con la ayuda de su primo Kiso y de su hermanastro Yoshitsune, así como de otros clanes aliados, terminó por enarbolar la bandera de la rebelión contra los Heike y emprendió una guerra que duraría cinco años.
Uno de los protagonistas de este conflicto fue Yoshitsune, el mencionado hermanastro de Yoritomo. Las crónicas se explayan en sus acciones de inaudita osadía. Una vez, por ejemplo, descendió al frente de treinta jinetes por un despeñadero de cincuenta metros de altura, «con los ojos cerrados» para no ver la sima. Así pudo tomar por sorpresa a los guerreros Taira en su campamento, una acción que le dio la victoria en la batalla de Ichi-no-tani, en marzo de 1184. Al año siguiente, Yoshitsune se lanzó a una confrontación naval con los Taira, en Yashima, al sur del país. Se hizo a la mar en una noche de tormenta, tras obligar a punta de flecha a los marineros a que los llevaran a la orilla donde se encontraba el enemigo, pudiendo así, impulsados por un viento huracanado, cubrir en cuatro horas una travesía que habitualmente exigía tres días; tal fue el inicio de la batalla de Yashima, que concluyó también en un triunfo de los Minamoto. Los Heike se vieron obligados a replegarse al sur, llevando consigo, como emblema de su legitimidad, al heredero imperial, Antoku, un niño de ocho años.
Poco después de la batalla de Yashima, las dos flotas enemigas se avistaron en las aguas del estrecho de Dan-no-ura, entre las grandes islas de Honshu y Kyushu, al sur del país. Iban a librar la batalla más decisiva y famosa de la historia de Japón. La flota de los Genji, al mando de Yoshitsune, estaba formada por tres mil naves, mientras que la de los Heike, tras las defecciones de algunos clanes, sumaba mil navíos y varias decenas de embarcaciones chinas.La aparición de una inmensa nube sobre la flota de los Heike y los bancos de delfines que nadaban a su alrededor se interpretaron como signos de mal augurio para los rivales de los Genji.


EL COMIENZO DE LA BATALLA.

La batalla empezó con un intercambio de flechas al que siguió el combate cuerpo a cuerpo. Según las crónicas, «los samuráis de los dos ejércitos lanzaron sus gritos de guerra y ¡qué formidable estruendo produjeron! Diríase que su eco llegó a la mansión del dios Bonten, en el alto cielo, y a la del rey Naga, en el profundo mar». Inicialmente, la batalla parecía inclinarse en contra de los Genji; pero la estrategia de Yoshitsune y el súbito cambio de marea producido a media tarde resultaron desastrosos para la flota de los Heike. El mar pronto se tiñó de rojo por la sangre de los samuráis abatidos, mientras sus líderes, de dos en dos y cogidos de la mano, compañeros de armas, hijos y padres, se arrojaron al mar con sus pesadas armaduras: preferían morir antes que sufrir la ignominia de caer prisioneros.
Entre estas víctimas voluntarias se encontraba la viuda de Kiyomori, el señor de los Heike, que se lanzó resueltamente al mar desde el barco llevando en los brazos a su nieto, el emperador niño Antoku, en una de las escenas más dramáticas de la historia japonesa. Todavía hoy, dicen los japoneses, los caparazones de los cangrejos pescados en Dan-no-ura presentan toscas líneas que parecen reproducir el rostro angustiado de los suicidas. Lo más importante, en todo caso, fue que bajo las aguas de Dan-no-ura quedó sepultado para siempre el poder político de la corte imperial. Desde entonces, hasta la entrada de Japón en la corriente de la modernidad en el siglo XIX, el samurái y sus valores señorearon el país.


EL FIN TRÁGICO DEL HÉROE.

Yoshitsune, vencedor en Dan-no-ura y de la guerra Genpei, se convirtió a sus 26 años en el samurái más famoso del país, pero no pudo saborear su triunfo mucho tiempo. Pronto surgió una disensión entre él y su hermano mayor y líder del clan, el cruel Yoritomo. En efecto, Yoshitsune había intimado con la nobleza de la capital, hasta el punto de haber contraído matrimonio con una joven de esa clase y haber aceptado distinciones de la familia imperial; todo ello, sin pedir permiso a su hermano y jefe de su clan como establecía el código del vasallaje en esa época. Para Yoritomo, aquello era una traición imperdonable y decidió castigarla ordenando una persecución implacable contra su hermano. Así, el destino del joven vencedor de las guerras Genpei, inmortalizado por la literatura posterior, consistió en vagar durante tres años como fugitivo por mar y montaña, siempre acosado por los samuráis del líder del clan.
La persecución del joven héroe llegó a su fin en el río Komoro, en el norte del país. Allí, Yoshitsune, con su familia y un pequeño grupo de nueve seguidores, se vio rodeado por una gran fuerza de ataque de unos 30.000 hombres. No había escapatoria posible. Uno tras otro, los escasos partidarios que le quedaban fueron cayendo. Al final, apareció ante los perseguidores una figura enorme y solitaria, con su armadura negra plagada de flechas enemigas: era el fiel Benkei, un monje guerrero que había acompañado a Yoshitsune en todas sus aventuras y que resistía como un león malherido a fin de dar tiempo a su señor Yoshitsune a cumplir su deber de samurái: quitarse la vida. Los atacantes lo vieron inmóvil, esperando su asalto sin inmutarse; sólo cuando la brida de un caballo, al acercarse, derribó su cuerpo descubrieron que el temible Benkei había muerto hacía tiempo. Yoshitsune, entretanto, después de rezar el Sutra del Loto y componer un poema de despedida, ejecutó el seppuku, el suicidio ritual característico de los samuráis, no sin antes haber quitado la vida a su esposa y a su hija. Tenía treinta años. A partir de entonces pasó a ocupar un lugar distinguido en la larga lista de héroes trágicos tan queridos para el pueblo nipón. Y es que, extrañamente, en la mística del heroísmo japonés nada se valora más que el fracaso final.


LA GUERRA, INSPIRACIÓN POÉTICA.

Las guerras Genpei forman el núcleo narrativo de la principal fuente histórica sobre los primeros samuráis: el texto anónimo titulado Heike Monogatari, «El cantar de los Heike», un poema épico que puede compararse con la Ilíada de Homero. Los cientos de guerreros que, como Yoshitsune, desfilan en esta obra muestran los rasgos que caracterizarán a los samuráis durante toda su historia: obsesión y orgullo por el nombre, miedo visceral a la deshonra, destreza militar, desdén por la muerte y absoluta lealtad a su señor.
La asociación entre el suicidio y el honor, ilustrada por el ejemplo de Yoshitsune y de los cientos de samuráis Heike que se arrojaron a las aguas de Dan-no-ura, forma parte de la armadura espiritual del guerrero japonés. El samurái Wada no Yoshinori escribía en la Historia de los hermanos Soga, un breviario del código del antiguo samurái de finales del siglo XII: «El código de los samuráis dicta que la vida sea considerada menos importante que una mota de polvo; en cambio, el aprecio por el propio honor debe ser tenido en más peso que el mayor tesoro del mundo». En el Azuma kagami, obra histórica sobre los sucesos de los siglos XI y XII, el cronista utiliza una frase interesante para referirse a este menosprecio por la muerte: «Lograron el poder de la muerte del guerrero». Una frase que parece indicar que estos hombres poseían la entereza de morir y así triunfar sobre la muerte. Tan deshonroso era ser capturado en combate como seguir vivo en la misma batalla en la que el señor del samurái había perecido.


EL SEPPUKU. LA DESPEDIDA DEL SAMURAI.

Para salvar su honor y dar una muestra postrera de valor, desde el siglo XII los míticos guerreros de Japón se suicidaban mediante un método terrible, el hara kiri.
Aparte de los casos de derrota en una acción armada, existían otros motivos por los que un samurái podía decidir suicidarse, de acuerdo con el concepto de honor o bushido. Así, el seppuku podía ser una forma de expiar la culpa por un error (sokotsu-shi), de hacer pública una animadversión (funshi) o de protestar por una decisión injusta (kanshi). También para defender la propia inocencia (memboku) o acompañar al señor en la muerte (junshi).  No obstante, había que tener cuidado: Hattori Ujinobi recuerda que hubo un condenado "que tomó la espada del inspector e hirió a multitud de personas".
El código del samurái escrito por Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII decía: "El camino del samurái es la muerte". Con ello no se refería tan sólo a la muerte del guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la rendición. Desde los períodos más antiguos de la historia japonesa se pusieron en práctica diversos métodos de suicidio de honor, como el de arrojarse a las aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca.
Pero el más conocido y emblemático fue el de rajarse el vientre con un puñal: el llamado hara kiri o, según el término más formal, seppuku. Aunque seguramente surgió con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII, concretamente a 1180, cuando el septuagenario samurái Minamoto no Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de ese modo.
En el Japón feudal, la decisión de suicidarse puede explicarse por el deseo de avanzarse a la muerte que esperaba a los prisioneros, que podía ser muy dolorosa (por ejemplo, se practicaba la crucifixión), y evitar la deshonra que ello suponía para el samurái y su clan. Aun así, el suicidio era un recurso excepcional, pues no era raro que los samuráis derrotados pasaran a luchar bajo otra bandera si ello aseguraba la supervivencia de su linaje. Por otro lado, el seppuku obligatorio podía dictarse por un tribunal como una modalidad de pena de muerte para el samurái.


EL CORTE DEL NÚMERO DIEZ.

Resulta extraño a nuestros ojos que se eligiera un método de suicidio tan doloroso. El samurái se evisceraba ejecutando un corte horizontal y otro vertical en el estilo jumonji o "del número diez", por el ideograma que dibujaban los tajos. El objetivo era cortar los centros nerviosos de la columna, lo que provocaba una larga agonía; por ello, aunque se consideraba honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un "segundo", el kaishakunin, para decapitar al suicida tan pronto como se apuñalase.
Sin duda, un método tan brutal se entendía como una suprema manifestación de coraje. También se explica por la creencia de que en el bajo vientre residían el calor y el alma humanos y que, abriéndolo, el suicida liberaba así su espíritu: en el término hara kiri, hara significa a la vez "vientre" y "espíritu", "coraje" y "determinación".
El seppuku se realizaba mediante un ritual perfectamente codificado y que se aplicó hasta el final de la historia de los samuráis, en 1871. El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku obligatorio, dejó una descripción muy detallada. La escena tenía lugar en un jardín cerrado. El samurái que iba a inmolarse iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos, y acompañado del kaishakunin, normalmente un amigo o sirviente de confianza, aunque podía ser designado por las autoridades cuando el seppuku era aplicado como pena de muerte. En este caso, un oficial leía la sentencia y después se permitía al reo pronunciar un alegato.
Tras el alegato, el reo se sentaba y un asistente le ofrecía el arma: el wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo más manejable, de modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una tela) o bien el tanto o puñal. Tras escribir un poema de despedida, se abría el vestido, tomaba el arma e iniciaba su macabra manera de morir que Freeman-Mitford relató así: el reo "tomó el puñal ante sí; lo miró melancólicamente, casi afectuosamente; por un momento parecía que había reunido sus pensamientos por última vez y entonces, apuñalándose profundamente bajo el vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto. Durante esta enfermizamente dolorosa operación nunca movió un músculo de la cara".
A continuación, el kaishakunin "se irguió tras el samurái", de cara al sol o la luna para no revelar su sombra, "desenvainó y lo decapitó de un solo golpe". Luego limpió su arma y se inclinó. En la ceremonia del seppuku, el reo podía saltarse el primer paso y en lugar de apuñalarse se le ofrecía una simbólica daga de madera. Tras el ritual, la cabeza del muerto era presentada a los oficiales y tras limpiarla la enviaban a la familia del suicida para que le diera sepultura.
FUENTE: NATIONAL GEOGRAPHIC

-----------------------------------------------------------------------------------------------------

EL ORIGEN DE LOS NINJAS.

El 22 de febrero de cada año se celebra en Japón el Día Nacional del Ninja. Una festividad muy relacionada con la historia y la cultura del país nipón.
Ya en el siglo VII aparecieron las primeras escuelas para ninjas cuyas bases eran místicas y esotéricas; la figura del ninja o shinobi siempre estuvo rodeada de un aura misteriosa debido al modo en que se movía y actuaba: en silencio, en sigilo y con tanta rapidez que incluso había quien afirmaba que se teletransportaban mágicamente.
A finales del siglo XII, en el periodo Heian, los ninjas ya se organizaban en clanes, pero seguían viviendo en las montañas, escondidos del emperador para no tener que someterse a su autoridad.
En el periodo Kamakura, de los siglos XII al XIV, los ninjas vivieron su época de esplendor, llegando a existir hasta 25 escuelas de ninjutsu. Los clanes ninja se jerarquizaron con una estructura férrea y casi militar:
Jonin: era el estratega, el encargado de negociar y crear los planes y tácticas a seguir por el grupo. Era el que se situaba en la cúspide del clan.
Shunin: servían de intermediarios entre el jonin y el resto de ninjas, protegiendo así la identidad del jefe que no debía ser conocida por todo el clan por su seguridad.
Genin: los agentes de campo, es decir, los ninjas que actúan de forma directa y entre los que también había mujeres.
En el siglo XV, durante el período Sengoku, los ninjas fueron usados por los señores locales como espías, exploradores, atacantes por sorpresa e incluso para crear revueltas y agitaciones en los pueblos.
Los dos grandes rivales de este período, Takeda Shingen y Uesugi Kenshin, contrataron espías a menudo para tratar de conocer los movimientos de su enemigo.
En esta época era corriente que los señores reclutaran ninjas para que formaran parte de su ejército.
Fueron tratados con respeto, sobre todo aquellos que se encargaban de transmitir la tradición, ya que todavía no había comenzado el declive de la reputación de los ninjas.
Los señores de guerra recurrían frecuentemente a los ninjas para realizar aquellos trabajos considerados deshonrosos para los samuráis.
En el siglo XVII, los ninjas actuaron por última vez contra los cristianos de la isla de Kyushu.
Con el tiempo, se convirtieron en marginados sociales, especialmente tras la Revolución Meiji en la que su reputación se hundió definitivamente.
Actualmente en Japón se ha perdido la esencia de la tradición ninja al contrario de lo que ha ocurrido con los valores samuráis, que continúan vigentes.

LAS ESCUELAS DE LOS NINJAS Y LOS DOJOS.

En las escuelas ninjas la tradición se transmitía de generación en generación por parte de familias con antepasados guerreros entre sus filas.
Cada escuela era independiente y contaba con sus propios principios y técnicas, especializándose en aquellas tácticas que perfeccionaban con el tiempo.
Las escuelas surgieron de forma natural en torno a un grupo de ninjas o shinobi que tan sólo guardaban lealtad hacia sus maestros directos.
La enseñanza comenzaba desde la infancia y  el aprendizaje duraba toda la vida  debido a un perfeccionamiento continuo.
Se sometía a los niños a un duro entrenamiento diario para que su cuerpo ganara en flexibilidad, lo que les daría la agilidad y rapidez necesaria para superar obstáculos, adaptarse a cualquier espacio y escapar rápidamente.
Los dojos son los lugares en los que se estudia la Vía del ninja; era una sala dotada de la calma y recogimiento adecuados para practicar artes marciales.
En la entrada había un pequeño altar sintoísta y la decoración era escasa; en algunos casos se colocaba el retrato de algún maestro difunto.
El ninjutsu o Arte Ninja se rodeaba de un ceremonial elaborado y que siempre se respetaba.
El entrenamiento comenzaba con un saludo predeterminado y después, los alumnos se alineaban siguiendo un riguroso orden de antigüedad.
Tras unos minutos de meditación, el maestro daba tres palmadas para ahuyentar a los malos espíritus y los alumnos se preparaban para un probable ataque.


LAS TÉCNICAS DE COMBATE DE LOS NINJA: EL NINJUTSU.

El ninjutsu es el arte ninja que comprende todas aquellas técnicas y métodos desarrollados por los ninjas a lo largo de su historia.
Su carácter clandestino ha hecho que estas distintas tácticas hayan evolucionado de forma heterogénea, ampliando cada vez más sus posibilidades. Existen una serie de disciplinas que recogen estas técnicas:
Taijutsu: son todas aquellas técnicas basadas en el combate sin armas, desde las que implican un contacto directo como el judo, el aikido y el kárate hasta aquellas enfocadas al movimiento rápido y sigiloso como el desplazamiento lateral, trepar, deslizarse por el suelo o escalar con garfios y cuerdas.
Bajutsu: es el arte de montar a caballo y saber luchar sobre él. Está considerado como algo elitista debido a la dificultad que existía para poseer un caballo dada su escasez.
Ninpokenjutsu: es el arte del sable ninja, una espada más corta que la katana que usaban los samuráis y que se portaba a la espalda para facilitar la carrera y la escalada. Los ninjas tenían que fabricarse su propio sable o espada ya que no podían acudir a los herreros como hacían los samuráis.
Sojutsu: es el arte de la lanza, llamada yari. Se trataba de una lanza de hoja recta que podía medir desde un metro hasta seis. Fue un arma muy popular ya que su fabricación era sencilla y barata; los propios ninjas podían hacérselas al igual que los sables.
Kusari-fundo: arte en el manejo de cadenas, las cuales tenían planchas en sus extremos. Eran fáciles de ocultar por lo que los ninjas podían portarlas entre sus ropas y también en aquellas ocasiones en las que no pudieran llevar una espada.



Shurikenjutsu: es el arte del lanzamiento de cuchillos, estrellas y pequeñas flechas con la mano o con cerbatana. Los shuriken, nombre que reciben estas armas para lanzar, podían esconderse fácilmente y además podían ser igualmente letales tanto en las distancias largas como en las cortas.
Henso jutsu: arte del disfraz y de “hacerse invisible”. El ninja podía aparentar ser un campesino, un artesano o un comerciante, pero también debía ser capaz de suplantar una identidad. Esta habilidad le servía para acceder a lugares que le estaban vedados.
Suijutsu: es el arte del combate en el agua y bajo ella. Los ninjas también aprendían a bucear para moverse sigilosamente bajo el agua sin ser descubiertos, acudiendo a técnicas como la del uso de una caña para respirar sin salir a la superficie.
Saiminjutsu: trucos de hipnosis, usados para obtener información y que se basaban sobre todo en la sugestión y la persuasión.
La diferencia entre el samurái y el ninja es que el primero siempre se guiaba por un código de honor férreo y rígido mientras que al segundo no le importa recurrir a trampas y engaños para superar a su enemigo, lo que no quiere decir que no se rigieran por una filosofía propia.
Por este motivo eran mal vistos en la sociedad japonesa, aunque los señores feudales recurrían a ellos de forma clandestina para conseguir sus objetivos.
Además de estas tácticas, el ninja se servía de otros métodos que le ayudaban a salir victorioso de los enfrentamientos.
Uno de estos métodos es la meditación no como anexo sino como parte esencial de las artes marciales.
La meditación les hacía relajar el cuerpo y despertar los sentidos; esto último era muy útil para detectar cambios y movimientos en el entorno.
El uso adecuado de estas herramientas hace que el ninja despierte una especie de sexto sentido: estar siempre alerta y actuar siempre a tiempo. Cuando el ninja es capaz de adelantarse a los movimientos de su enemigo, está demostrando su superioridad al mismo y para esto, debe mantenerse sereno y tranquilo y tener un gran dominio de uno mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario