LOS SAMURAIS: GUERRAS ENTRE CLANES DE JAPÓN.
En el año 794, el quincuagésimo emperador de Japón, Kanmu, decidió
establecer su corte en una ciudad situada en el centro de sus dominios, la
actual Kyoto, llamada por entonces Heian-kyo, «la capital tranquila y
pacífica». Se inició así una larga y brillante fase de la historia japonesa, el
llamado período Heian (794-1185), que estuvo marcado por el predominio de la
gran aristocracia cortesana reunida en la ciudad imperial, entregada allí al
cultivo de las artes y a la imitación de la refinada cultura del Imperio chino,
auténtico modelo del Japón medieval.
Sin embargo, lejos de Kyoto, en las provincias más agrestes del país,
empezaba a hacer su aparición un tipo de guerrero que pronto impondría su ley y
que acabaría encarnando el espíritu japonés durante más de un milenio: el
samurái.
Al principio, al samurái se le llamó de diversas maneras: tsuwamono,
mononofu, bushi… A veces también se le llamaba yumiya hito, «gente de arco y
flechas». Pero el término que acabó imponiéndose fue el de saburai, es decir,
«servidores», de donde procederá la palabra que ha hecho fortuna en las lenguas
occidentales, samurái. Sobre sus orígenes existen diversas tesis. La
tradicional sitúa a los primeros samuráis o servidores armados como defensores
de una propiedad agraria. Otros suponen que surgieron como soldados-cazadores
en las provincias del este, o bien como soldados-marineros en las del oeste.
También se ha afirmado que eran jinetes armados naturales de las provincias del
este, conocidas por su abundancia de «buenos caballos, buenos arqueros y buenos
chamanes». Otras teorías plantean que los primeros samuráis formaban parte de
bandas de forajidos de las provincias del este que mantenían vínculos
comerciales con las comunidades agrícolas vecinas, especialmente los ainus, la
etnia autóctona del noreste de Japón.
Comoquiera que sea, en el siglo X los samuráis formaban ya una clase
social muy bien definida, que se caracterizaba por la propiedad de la tierra y
por la actividad guerrera. Su condición se transmitía incluso hereditariamente.
Frente a estos poderosos guerreros, los campesinos sentían temor –pues el
samurái iba armado–, mientras que la corte imperial y la refinada nobleza
cortesana, obsesionadas con la idea de que la violencia conllevaba una
contaminación, sentían desprecio ante un guerrero que era considerado impuro
por la sangre que derramaba. Todo ello permitió a los samuráis dedicarse
libremente a los asuntos militares y acrecentar su reputación guerrera. Fue así
como a mediados del siglo XII los samuráis alcanzaron su madurez e irrumpieron
con fuerza en la escena política japonesa.
En 1156, la muerte del emperador Toba desencadenó una guerra entre
facciones de la nobleza, la llamada guerra Hogen. Cuatro años más tarde se
produjo otro cruento conflicto por el control del trono imperial.. Ambas crisis
revelaron a la corte imperial japonesa su propia debilidad y el decisivo poder
de la clase de los samuráis para dirimir sus disputas.
ENFRENTAMIENTOS POR EL PODER.
Las guerras Hogen y Heiji sirvieron para afilar las espadas ante un
conflicto aún más grave, las llamadas guerras Genpei (1180-1185). La
denominación procede de la primera sílaba del nombre de los dos bandos de
samuráis que se enfrentaron en ese conflicto: los Genji (o Minamoto, en lectura
japonesa) y los Heike (o Taira). Estos últimos se habían hecho con el poder
tras la rebelión Heiji, y desde aquel momento su líder, Kiyomori, no había
cesado de maltratar a la nobleza y a la corte imperial. Finalmente, éstas
buscaron socorro en el otro gran clan samurái, el de los Genji, los perdedores
en la última crisis y que seguían lamiéndose las heridas en las provincias
orientales del país. El líder de los Genji, Yoritomo, con la ayuda de su primo
Kiso y de su hermanastro Yoshitsune, así como de otros clanes aliados, terminó
por enarbolar la bandera de la rebelión contra los Heike y emprendió una guerra
que duraría cinco años.
Uno de los protagonistas de este conflicto fue Yoshitsune, el mencionado
hermanastro de Yoritomo. Las crónicas se explayan en sus acciones de inaudita
osadía. Una vez, por ejemplo, descendió al frente de treinta jinetes por un
despeñadero de cincuenta metros de altura, «con los ojos cerrados» para no ver
la sima. Así pudo tomar por sorpresa a los guerreros Taira en su campamento,
una acción que le dio la victoria en la batalla de Ichi-no-tani, en marzo de
1184. Al año siguiente, Yoshitsune se lanzó a una confrontación naval con los
Taira, en Yashima, al sur del país. Se hizo a la mar en una noche de tormenta,
tras obligar a punta de flecha a los marineros a que los llevaran a la orilla
donde se encontraba el enemigo, pudiendo así, impulsados por un viento
huracanado, cubrir en cuatro horas una travesía que habitualmente exigía tres
días; tal fue el inicio de la batalla de Yashima, que concluyó también en un
triunfo de los Minamoto. Los Heike se vieron obligados a replegarse al sur,
llevando consigo, como emblema de su legitimidad, al heredero imperial, Antoku,
un niño de ocho años.
Poco después de la batalla de Yashima, las dos flotas enemigas se
avistaron en las aguas del estrecho de Dan-no-ura, entre las grandes islas de
Honshu y Kyushu, al sur del país. Iban a librar la batalla más decisiva y
famosa de la historia de Japón. La flota de los Genji, al mando de Yoshitsune,
estaba formada por tres mil naves, mientras que la de los Heike, tras las defecciones
de algunos clanes, sumaba mil navíos y varias decenas de embarcaciones
chinas.La aparición de una inmensa nube sobre la flota de los Heike y los
bancos de delfines que nadaban a su alrededor se interpretaron como signos de
mal augurio para los rivales de los Genji.
EL COMIENZO DE LA BATALLA.
La batalla empezó con un intercambio de flechas al que siguió el combate
cuerpo a cuerpo. Según las crónicas, «los samuráis de los dos ejércitos
lanzaron sus gritos de guerra y ¡qué formidable estruendo produjeron! Diríase
que su eco llegó a la mansión del dios Bonten, en el alto cielo, y a la del rey
Naga, en el profundo mar». Inicialmente, la batalla parecía inclinarse en
contra de los Genji; pero la estrategia de Yoshitsune y el súbito cambio de
marea producido a media tarde resultaron desastrosos para la flota de los
Heike. El mar pronto se tiñó de rojo por la sangre de los samuráis abatidos,
mientras sus líderes, de dos en dos y cogidos de la mano, compañeros de armas,
hijos y padres, se arrojaron al mar con sus pesadas armaduras: preferían morir
antes que sufrir la ignominia de caer prisioneros.
Entre estas víctimas voluntarias se encontraba la viuda de Kiyomori, el
señor de los Heike, que se lanzó resueltamente al mar desde el barco llevando
en los brazos a su nieto, el emperador niño Antoku, en una de las escenas más
dramáticas de la historia japonesa. Todavía hoy, dicen los japoneses, los
caparazones de los cangrejos pescados en Dan-no-ura presentan toscas líneas que
parecen reproducir el rostro angustiado de los suicidas. Lo más importante, en
todo caso, fue que bajo las aguas de Dan-no-ura quedó sepultado para siempre el
poder político de la corte imperial. Desde entonces, hasta la entrada de Japón
en la corriente de la modernidad en el siglo XIX, el samurái y sus valores
señorearon el país.
EL FIN TRÁGICO DEL HÉROE.
Yoshitsune, vencedor en Dan-no-ura y de la guerra Genpei, se convirtió a
sus 26 años en el samurái más famoso del país, pero no pudo saborear su triunfo
mucho tiempo. Pronto surgió una disensión entre él y su hermano mayor y líder
del clan, el cruel Yoritomo. En efecto, Yoshitsune había intimado con la
nobleza de la capital, hasta el punto de haber contraído matrimonio con una
joven de esa clase y haber aceptado distinciones de la familia imperial; todo
ello, sin pedir permiso a su hermano y jefe de su clan como establecía el
código del vasallaje en esa época. Para Yoritomo, aquello era una traición
imperdonable y decidió castigarla ordenando una persecución implacable contra
su hermano. Así, el destino del joven vencedor de las guerras Genpei,
inmortalizado por la literatura posterior, consistió en vagar durante tres años
como fugitivo por mar y montaña, siempre acosado por los samuráis del líder del
clan.
La persecución del joven héroe llegó a su fin en el río Komoro, en el
norte del país. Allí, Yoshitsune, con su familia y un pequeño grupo de nueve
seguidores, se vio rodeado por una gran fuerza de ataque de unos 30.000
hombres. No había escapatoria posible. Uno tras otro, los escasos partidarios
que le quedaban fueron cayendo. Al final, apareció ante los perseguidores una
figura enorme y solitaria, con su armadura negra plagada de flechas enemigas:
era el fiel Benkei, un monje guerrero que había acompañado a Yoshitsune en
todas sus aventuras y que resistía como un león malherido a fin de dar tiempo a
su señor Yoshitsune a cumplir su deber de samurái: quitarse la vida. Los
atacantes lo vieron inmóvil, esperando su asalto sin inmutarse; sólo cuando la
brida de un caballo, al acercarse, derribó su cuerpo descubrieron que el
temible Benkei había muerto hacía tiempo. Yoshitsune, entretanto, después de
rezar el Sutra del Loto y componer un poema de despedida, ejecutó el seppuku,
el suicidio ritual característico de los samuráis, no sin antes haber quitado
la vida a su esposa y a su hija. Tenía treinta años. A partir de entonces pasó
a ocupar un lugar distinguido en la larga lista de héroes trágicos tan queridos
para el pueblo nipón. Y es que, extrañamente, en la mística del heroísmo
japonés nada se valora más que el fracaso final.
LA GUERRA, INSPIRACIÓN POÉTICA.
Las guerras Genpei forman el núcleo narrativo de la principal fuente
histórica sobre los primeros samuráis: el texto anónimo titulado Heike
Monogatari, «El cantar de los Heike», un poema épico que puede compararse con
la Ilíada de Homero. Los cientos de guerreros que, como Yoshitsune, desfilan en
esta obra muestran los rasgos que caracterizarán a los samuráis durante toda su
historia: obsesión y orgullo por el nombre, miedo visceral a la deshonra,
destreza militar, desdén por la muerte y absoluta lealtad a su señor.
La asociación entre el suicidio y el honor, ilustrada por el ejemplo de
Yoshitsune y de los cientos de samuráis Heike que se arrojaron a las aguas de
Dan-no-ura, forma parte de la armadura espiritual del guerrero japonés. El
samurái Wada no Yoshinori escribía en la Historia de los hermanos Soga, un
breviario del código del antiguo samurái de finales del siglo XII: «El código
de los samuráis dicta que la vida sea considerada menos importante que una mota
de polvo; en cambio, el aprecio por el propio honor debe ser tenido en más peso
que el mayor tesoro del mundo». En el Azuma kagami, obra histórica sobre los
sucesos de los siglos XI y XII, el cronista utiliza una frase interesante para
referirse a este menosprecio por la muerte: «Lograron el poder de la muerte del
guerrero». Una frase que parece indicar que estos hombres poseían la entereza
de morir y así triunfar sobre la muerte. Tan deshonroso era ser capturado en
combate como seguir vivo en la misma batalla en la que el señor del samurái
había perecido.
EL SEPPUKU. LA DESPEDIDA DEL SAMURAI.
Para salvar su
honor y dar una muestra postrera de valor, desde el siglo XII los míticos
guerreros de Japón se suicidaban mediante un método terrible, el hara kiri.
Aparte de los
casos de derrota en una acción armada, existían otros motivos por los que un samurái
podía decidir suicidarse, de acuerdo con el concepto de honor o bushido. Así,
el seppuku podía ser una forma de expiar la culpa por un error (sokotsu-shi),
de hacer pública una animadversión (funshi) o de protestar por una decisión
injusta (kanshi). También para defender la propia inocencia (memboku) o
acompañar al señor en la muerte (junshi).
No obstante, había que tener cuidado: Hattori Ujinobi recuerda que hubo
un condenado "que tomó la espada del inspector e hirió a multitud de
personas".
El código del
samurái escrito por Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII decía: "El camino
del samurái es la muerte". Con ello no se refería tan sólo a la muerte del
guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la
rendición. Desde los períodos más antiguos de la historia japonesa se pusieron
en práctica diversos métodos de suicidio de honor, como el de arrojarse a las
aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca.
Pero el más
conocido y emblemático fue el de rajarse el vientre con un puñal: el llamado
hara kiri o, según el término más formal, seppuku. Aunque seguramente surgió
con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII,
concretamente a 1180, cuando el septuagenario samurái Minamoto no Yorimasa, al
verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de ese
modo.
En el Japón feudal, la decisión de suicidarse puede explicarse por el
deseo de avanzarse a la muerte que esperaba a los prisioneros, que podía ser
muy dolorosa (por ejemplo, se practicaba la crucifixión), y evitar la deshonra
que ello suponía para el samurái y su clan. Aun así, el suicidio era un recurso
excepcional, pues no era raro que los samuráis derrotados pasaran a luchar bajo
otra bandera si ello aseguraba la supervivencia de su linaje. Por otro lado, el
seppuku obligatorio podía dictarse por un tribunal como una modalidad de pena
de muerte para el samurái.
EL CORTE DEL NÚMERO DIEZ.
Resulta extraño a nuestros ojos que se eligiera un método de suicidio
tan doloroso. El samurái se evisceraba ejecutando un corte horizontal y otro
vertical en el estilo jumonji o "del número diez", por el ideograma
que dibujaban los tajos. El objetivo era cortar los centros nerviosos de la
columna, lo que provocaba una larga agonía; por ello, aunque se consideraba
honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un "segundo", el
kaishakunin, para decapitar al suicida tan pronto como se apuñalase.
Sin duda, un método tan brutal se entendía como una suprema
manifestación de coraje. También se explica por la creencia de que en el bajo
vientre residían el calor y el alma humanos y que, abriéndolo, el suicida
liberaba así su espíritu: en el término hara kiri, hara significa a la vez
"vientre" y "espíritu", "coraje" y
"determinación".
El seppuku se realizaba mediante un ritual perfectamente codificado y
que se aplicó hasta el final de la historia de los samuráis, en 1871. El
diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku
obligatorio, dejó una descripción muy detallada. La escena tenía lugar en un
jardín cerrado. El samurái que iba a inmolarse iba vestido de blanco, como los
peregrinos o los difuntos, y acompañado del kaishakunin, normalmente un amigo o
sirviente de confianza, aunque podía ser designado por las autoridades cuando
el seppuku era aplicado como pena de muerte. En este caso, un oficial leía la
sentencia y después se permitía al reo pronunciar un alegato.
Tras el alegato, el reo se sentaba y un asistente le ofrecía el arma: el
wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo más manejable, de
modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una tela) o bien el
tanto o puñal. Tras escribir un poema de despedida, se abría el vestido, tomaba
el arma e iniciaba su macabra manera de morir que Freeman-Mitford relató así:
el reo "tomó el puñal ante sí; lo miró melancólicamente, casi
afectuosamente; por un momento parecía que había reunido sus pensamientos por
última vez y entonces, apuñalándose profundamente bajo el vientre en el costado
izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo
hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto. Durante esta enfermizamente
dolorosa operación nunca movió un músculo de la cara".
A continuación, el kaishakunin "se irguió tras el samurái", de
cara al sol o la luna para no revelar su sombra, "desenvainó y lo decapitó
de un solo golpe". Luego limpió su arma y se inclinó. En la ceremonia del
seppuku, el reo podía saltarse el primer paso y en lugar de apuñalarse se le
ofrecía una simbólica daga de madera. Tras el ritual, la cabeza del muerto era
presentada a los oficiales y tras limpiarla la enviaban a la familia del
suicida para que le diera sepultura.
FUENTE: NATIONAL GEOGRAPHIC
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EL ORIGEN DE LOS NINJAS.
El 22 de febrero de cada año se celebra en Japón el Día Nacional del
Ninja. Una festividad muy relacionada con la historia y la cultura del país
nipón.
Ya en el siglo VII aparecieron las primeras escuelas para ninjas cuyas
bases eran místicas y esotéricas; la figura del ninja o shinobi siempre estuvo
rodeada de un aura misteriosa debido al modo en que se movía y actuaba: en
silencio, en sigilo y con tanta rapidez que incluso había quien afirmaba que se
teletransportaban mágicamente.
A finales del siglo XII, en el periodo Heian, los ninjas ya se
organizaban en clanes, pero seguían viviendo en las montañas, escondidos del
emperador para no tener que someterse a su autoridad.
En el periodo Kamakura, de los siglos XII al XIV, los ninjas vivieron su
época de esplendor, llegando a existir hasta 25 escuelas de ninjutsu. Los
clanes ninja se jerarquizaron con una estructura férrea y casi militar:
Jonin: era el estratega, el encargado de negociar y crear los planes y
tácticas a seguir por el grupo. Era el que se situaba en la cúspide del clan.
Shunin: servían de intermediarios entre el jonin y el resto de ninjas,
protegiendo así la identidad del jefe que no debía ser conocida por todo el
clan por su seguridad.
Genin: los agentes de campo, es decir, los ninjas que actúan de forma
directa y entre los que también había mujeres.
En el siglo XV, durante el período Sengoku, los ninjas fueron usados por
los señores locales como espías, exploradores, atacantes por sorpresa e incluso
para crear revueltas y agitaciones en los pueblos.
Los dos grandes rivales de este período, Takeda Shingen y Uesugi
Kenshin, contrataron espías a menudo para tratar de conocer los movimientos de
su enemigo.
En esta época era corriente que los señores reclutaran ninjas para que
formaran parte de su ejército.
Fueron tratados con respeto, sobre todo aquellos que se encargaban de
transmitir la tradición, ya que todavía no había comenzado el declive de la
reputación de los ninjas.
Los señores de guerra recurrían frecuentemente a los ninjas para
realizar aquellos trabajos considerados deshonrosos para los samuráis.
En el siglo XVII, los ninjas actuaron por última vez contra los
cristianos de la isla de Kyushu.
Con el tiempo, se convirtieron en marginados sociales, especialmente
tras la Revolución Meiji en la que su reputación se hundió definitivamente.
Actualmente en Japón se ha perdido la esencia de la tradición ninja al
contrario de lo que ha ocurrido con los valores samuráis, que continúan
vigentes.
LAS ESCUELAS DE LOS NINJAS Y LOS DOJOS.
En las escuelas ninjas la tradición se transmitía de generación en
generación por parte de familias con antepasados guerreros entre sus filas.
Cada escuela era independiente y contaba con sus propios principios y
técnicas, especializándose en aquellas tácticas que perfeccionaban con el
tiempo.
Las escuelas surgieron de forma natural en torno a un grupo de ninjas o
shinobi que tan sólo guardaban lealtad hacia sus maestros directos.
La enseñanza comenzaba desde la infancia y el aprendizaje duraba toda la vida debido a un perfeccionamiento continuo.
Se sometía a los niños a un duro entrenamiento diario para que su cuerpo
ganara en flexibilidad, lo que les daría la agilidad y rapidez necesaria para
superar obstáculos, adaptarse a cualquier espacio y escapar rápidamente.
Los dojos son los lugares en los que se estudia la Vía del ninja; era
una sala dotada de la calma y recogimiento adecuados para practicar artes
marciales.
En la entrada había un pequeño altar sintoísta y la decoración era
escasa; en algunos casos se colocaba el retrato de algún maestro difunto.
El ninjutsu o Arte Ninja se rodeaba de un ceremonial elaborado y que
siempre se respetaba.
El entrenamiento comenzaba con un saludo predeterminado y después, los
alumnos se alineaban siguiendo un riguroso orden de antigüedad.
Tras unos minutos de meditación, el maestro daba tres palmadas para
ahuyentar a los malos espíritus y los alumnos se preparaban para un probable
ataque.
LAS TÉCNICAS DE COMBATE DE LOS NINJA: EL NINJUTSU.
El ninjutsu es el arte ninja que comprende todas aquellas técnicas y
métodos desarrollados por los ninjas a lo largo de su historia.
Su carácter clandestino ha hecho que estas distintas tácticas hayan
evolucionado de forma heterogénea, ampliando cada vez más sus posibilidades.
Existen una serie de disciplinas que recogen estas técnicas:
Taijutsu: son todas aquellas técnicas basadas en el combate sin armas,
desde las que implican un contacto directo como el judo, el aikido y el kárate
hasta aquellas enfocadas al movimiento rápido y sigiloso como el desplazamiento
lateral, trepar, deslizarse por el suelo o escalar con garfios y cuerdas.
Bajutsu: es el arte de montar a caballo y saber luchar sobre él. Está
considerado como algo elitista debido a la dificultad que existía para poseer
un caballo dada su escasez.
Ninpokenjutsu: es el arte del sable ninja, una espada más corta que la
katana que usaban los samuráis y que se portaba a la espalda para facilitar la
carrera y la escalada. Los ninjas tenían que fabricarse su propio sable o
espada ya que no podían acudir a los herreros como hacían los samuráis.
Sojutsu: es el arte de la lanza, llamada yari. Se trataba de una lanza
de hoja recta que podía medir desde un metro hasta seis. Fue un arma muy
popular ya que su fabricación era sencilla y barata; los propios ninjas podían
hacérselas al igual que los sables.
Kusari-fundo: arte en el manejo de cadenas, las cuales tenían planchas
en sus extremos. Eran fáciles de ocultar por lo que los ninjas podían portarlas
entre sus ropas y también en aquellas ocasiones en las que no pudieran llevar
una espada.
Shurikenjutsu: es el arte del lanzamiento de cuchillos, estrellas y
pequeñas flechas con la mano o con cerbatana. Los shuriken, nombre que reciben
estas armas para lanzar, podían esconderse fácilmente y además podían ser
igualmente letales tanto en las distancias largas como en las cortas.
Henso jutsu: arte del disfraz y de “hacerse invisible”. El ninja podía
aparentar ser un campesino, un artesano o un comerciante, pero también debía
ser capaz de suplantar una identidad. Esta habilidad le servía para acceder a
lugares que le estaban vedados.
Suijutsu: es el arte del combate en el agua y bajo ella. Los ninjas
también aprendían a bucear para moverse sigilosamente bajo el agua sin ser
descubiertos, acudiendo a técnicas como la del uso de una caña para respirar
sin salir a la superficie.
Saiminjutsu: trucos de hipnosis, usados para obtener información y que
se basaban sobre todo en la sugestión y la persuasión.
La diferencia entre el samurái y el ninja es que el primero siempre se
guiaba por un código de honor férreo y rígido mientras que al segundo no le
importa recurrir a trampas y engaños para superar a su enemigo, lo que no
quiere decir que no se rigieran por una filosofía propia.
Por este motivo eran mal vistos en la sociedad japonesa, aunque los
señores feudales recurrían a ellos de forma clandestina para conseguir sus
objetivos.
Además de estas tácticas, el ninja se servía de otros métodos que le
ayudaban a salir victorioso de los enfrentamientos.
Uno de estos métodos es la meditación no como anexo sino como parte
esencial de las artes marciales.
La meditación les hacía relajar el cuerpo y despertar los sentidos; esto
último era muy útil para detectar cambios y movimientos en el entorno.
El uso adecuado de estas herramientas hace que el ninja despierte una
especie de sexto sentido: estar siempre alerta y actuar siempre a tiempo.
Cuando el ninja es capaz de adelantarse a los movimientos de su enemigo, está
demostrando su superioridad al mismo y para esto, debe mantenerse sereno y
tranquilo y tener un gran dominio de uno mismo.