sábado, 10 de diciembre de 2022

AEROPUERTOS: TIPOS Y FUNCIÓN - CIERVO DE MONTAÑA - ENAMORAMIENTO - FRANCISCA Y LA MUERTE.

AEROPUERTOS: TIPOS Y FUNCIÓN
 
A) Aeropuertos transoceánicos: aptos para admitir aviones de hasta 135 toneladas.
B) Aeropuertos transcontinentales: que deben admitir aeronaves de 90 toneladas.
C)Aeropuertos Internacionales: que admiten aeronaves de 60 toneladas.
D)Aeropuertos nacionales: que admiten aeronaves de 40 toneladas.
E) Aeropuertos Locales: que admiten aeronaves de 27 toneladas.
F) Que deben admitir hasta las 18 toneladas de carga total, pero a los cuales no les hace
falta balizamiento de noche ni medios de radionavegación.
G) Que se construirán para una carga mínima de 11 toneladas.
H) Pequeños aeropuertos: Construidos para aviones de peso menor de 7000 Kilogramos.
I)Helipuertos.

FUNCIÓN
"Desde el punto de vista de las operaciones aeroportuarias, se pueden distinguir dos partes: el denominado "lado aire" y el llamado "lado tierra". La distinción entre ambas partes se deriva de las distintas funciones que se realizan en cada una. El lado tierra contiene todos los servicios y espacios que giran en torno al pasajero tales como vestíbulos de salidas y llegadas, control de pasaportes, salas de embarque, zonas de ocio, y control de aduanas. El lado aire del aeropuerto atiende toda la parte referente a las aeronaves, y la operatividad de las mismas.
Al principio las exigencias de los usuarios eran muy pocas, pero en los últimos 25 años esta edificación se ha desarrollado como una expresión de las necesidades de una sociedad móvil aumentando año a año; en un mundo influenciado por el uso de la tecnología en el que el tiempo vale oro este edificio es un tipo de estructura que se desarrolla dinámicamente, un gran complejo
comparable a una ciudad nueva debido a la variedad de servicios que el mismo debe concentrar.

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CIERVO DE MONTAÑA.

   El "ciervo de montaña", un venado norteamericano grande que al parecer provino de Suramérica, descendiente de los ciervos andinos o al menos fue un pariente cercano de estos últimos al compartir un ancestro en común. Sus fósiles estudiados, muestran que este animal habitó México y EUA desde hace aproximadamente 2 millones de años y hasta el final del periodo glacial, en el límite Pleistoceno-Holoceno.
   De 1.3 m de altura al hombro, 2.4 m de largo y unos 230 kg de peso, sus dimensiones lo colocan intermedio entre el venado bura y el wapití. Los fuertes huesos de sus patas y adaptaciones estructurales similares a las de los borregos y cabras monteses le permitieron habitar terrenos montañosos. De manera común sus restos se encuentran en cuevas y en menor medida en lugares a campo abierto como en Tlapacoya, municipio del Estado de México.
   Fue un cérvido que se alimentaba de pastos, árboles y arbustos que hallaba en su camino a través de las laderas boscosas de las montañas.

Sus parientes modernos cuentan con gran cantidad de aceite en su pelaje, una condición que les permite mantener su temperatura pese al clima glacial y les ayuda a permanecer a flote cuando se arrojan a lagos, ríos o arroyos para alejarse de algún depredador que los acose. Si el extinto ciervo de montaña contaba con esa adaptación, bien pudo tener las mismas conductas frente a los grandes carnívoros de su época. Al final de la Edad de Hielo, con el calentamiento global, esta adaptación en su pelaje (que en ese momento debió sobrecalentarlo), la escasez de alimento y los cazadores humanos, fueron factores protagonistas para que ocurriera su extinción.

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ENAMORAMIENTO.

   Cuando conocemos a una persona y nos atrae, podemos sentir ciertas sensaciones como palpitaciones, taquicardia, sudoración de manos o “mariposas en el estómago”, se dice que es amor a primera vista y realmente existe.
Laura Romans Demaria, psiquiatra adscrita a los Servicios de Atención Psiquiátrica de la Secretaría de Salud, precisa que este tipo de sensaciones surgen del enamoramiento (primera etapa del amor), que se presenta a cualquier edad y puede durar días, semanas y hasta años.
   La especialista informó que el enamoramiento es un estado emocional que se caracteriza por un conjunto de sensaciones positivas que se experimentan tanto a nivel mental como físico, que ocurre cuando alguien tiene una fuerte atracción hacia otra persona.
   Este estado particular también puede manifestarse a través de alegría, emoción y excitación cuando se está en compañía de la persona o se piensa en ella.
   Todo ello deriva de un intrincado mecanismo fisiológico cerebral, que provoca elevación en la producción de algunos neurotransmisores como la dopamina, que al liberarse genera sensación de euforia, motivación e incremento de la energía.
   Otra de las sustancias cerebrales que intervienen en este tipo de emoción es la noradrenalina, que se relaciona directamente con la respuesta fisiológica a través de sudor, taquicardia, palpitaciones, insomnio, hiperactividad, ansiedad y disminución del apetito, entre otros.
   Cuando la persona está enamorada, percibe la vida de manera positiva, lo que le permite sobrellevar de mejor manera las situaciones negativas que ocurren en el día a día.
   Explicó que el enamoramiento es un estado emocional involuntario, y cuando ocurre, el siguiente paso puede ser el establecimiento de una relación más cercana mediante el conocimiento del otro, la comunicación y la identificación de intereses, afinidades y diferencias. Así, con el tiempo, es posible establecer una relación sólida y real.


   En la etapa del amor a largo plazo intervienen a nivel cerebral otro tipo de neuromoduladores como son la oxitocina y la vasopresina, que están relacionados con el apego y el establecimiento de vínculos, lo que se traduce en un amor más estable.
 “El amor a largo plazo se da con el conocimiento del otro; la excitación y la euforia disminuyen; es un amor más apacible, donde hay calma, seguridad y una sensación de unión consolidada”, enfatizó.
   Romans Demaria puntualizó, que existen estudios que señalan que el amor es un factor protector contra la depresión y la ansiedad, e incluso contra enfermedades cardiovasculares. “Cuando una persona establece relaciones de amor estables y duraderas con una pareja, con sus familiares o con amistades, logra mayor bienestar físico y emocional”. 

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FRANCISCA Y LA MUERTE

(Cuento: Onelio Jorge Cardozo)

—Si no molesto —dijo—, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
—Pues mire —le respondieron, y asomándose a la puerta, un hombre señaló con su dedo rudo de labrador:
Allá por los matorrales que bate el viento, ¿ve? hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.
"Cumplida está" pensó la muerte, y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.
Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.
"Menos mal, poco trabajo; un solo caso", se dijo satisfecha de no fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de la ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayabo soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla; verde era todo, desde el suelo al aire, y un olor a vida subía de las flores.
Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nidos, ni tanta abeja con su flor. Pero ¿qué hacerse?; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.

Así pues, echó y echó a andar la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca.
—Por favor, con Panchita
—dijo adulona la muerte.
—Abuela salió temprano
—contestó una nieta de oro, un poco temerosa, aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
—¿Y a qué hora regresa?
—preguntó la muerte.
—¡Quién lo sabe! —dijo la madre de la niña—. Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.
—Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
— Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer.
"¡Chin!", pensó la muerte, "se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla". Y levantando su voz, dijo la muerte:
—¿Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?
—De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
—¿Y dónde está el maizal? -preguntó la muerte.
—Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
—Gracias —dijo secamente la muerte y echó a andar de nuevo.
Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Sólo garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió:
"¡Vieja andariega, ¡dónde te habrás metido!" Escupió y continuó su sendero sin tino.
Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:
—Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?
—Tiene suerte —dijo el caminante—, media hora lleva en casa de los Noriega. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
—Gracias —dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega:
—Con Francisca, a ver si me hace el favor.
—Ya se marchó.
—¡Pero , cómo! ¿Así, tan de pronto?
—¿Por qué tan de pronto? —le respondieron—.
Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?
—Bueno... verá —dijo la muerte turbada—, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo.
—Entonces usted no conoce a Francisca.
—Tengo sus señas —dijo burocrática la impía.
— A ver; dígalas —esperó la madre. Y la muerte dijo:
— Pues... con arrugas; desde luego ya son sesenta años...
—¿Y qué más?
—Verá... el pelo blanco... casi ningún diente propio... la nariz, digamos...
—¿Digamos qué?
—Filosa.
—¿Eso es todo?
—Bueno... además de nombre y dos apellidos.
—Pero usted no ha hablado de sus ojos.
—Bien; nublados... sí, nublados han de ser... ahumados por los años.
—No, no la conoce —dijo la mujer—.


Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, a quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.
Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
"¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!"
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:
—Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
—Nunca —dijo—, siempre hay algo que hacer.

FIN

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