LA HISTORIA MILENARIA DEL ARTE DEL BONSÁI.
Japón es un país con una cultura milenaria
que se remonta al siglo VII antes de Cristo. Se encuentra al este de China,
país que le ha influenciado en diversas manifestaciones religiosas, artísticas
e ideológicas. Su pensamiento fomenta la creación artística y su relación con
la filosofía, pues para esta cultura el arte no sólo requiere interés sino también
una férrea disciplina y la expresión del espíritu a través del arte. En esta
manifestación se captura la esencia de la naturaleza y lo expresa a través del
binomio de la armonía y la sensibilidad. Japón nos conquista, nos seduce por su
espíritu: el origami, las geishas, las artes marciales (el kendo, el aikido, el
jijitsu), la vestimenta tradicional como el kimono, la caligrafía japonesa que
se expresa a través de kanjis, el ikebana (el arte de los arreglos florales),
los guerreros con honor denominados samuráis cuya traducción literal es “el que
sirve” y, por si fuera poco, nos sorprende con el arte del bonsái.
El objetivo de este arte milenario es crear
un árbol en maceta, ofreciendo los componentes necesarios para que éste se
desarrolle como un árbol silvestre maduro, pero en pequeñas proporciones. Su
práctica es una de las actividades más relajantes y gratificantes, de tal forma
que en la antigüedad era una actividad restringida a las clases nobles. También
se relacionaba a los bonsáis con la eternidad, pues se pensaba que aquellos con
el don de mantener estos árboles en macetas eran dignos de alcanzarla. En
resumen, el bonsái es el símbolo de unión entre el cielo y la tierra.
Los preceptos japoneses bajo los cuales se
entrena un bonsái se basan en el honor, la virtud, el deber, la paciencia, la
humildad, el compromiso, la disciplina y, sobre todo, la constancia. El arte
del bonsái requiere la correcta combinación de la mente y el ojo con la
destreza de la mano. Sin embargo, también es una expresión de armonía entre el
hombre, el cielo y la tierra. En la actualidad, aún son muchas las personas que
consideran el bonsái como una especie particular de árbol, no obstante que un
bonsái podría ser entrenado casi desde cualquier tipo de árbol. El bonsái que
hoy conocemos puede ser una forma de arte eminentemente japonés, pero no es
menos cierto que es una forma de expresión de la naturaleza cimentada sobre milenios
de influencias culturales entre civilizaciones. La práctica del bonsái
constantemente adquiere nuevos adeptos que, desde diversas regiones del globo,
se expresan en escuelas y clubs de carácter internacional. México no es la
excepción.
Los preceptos japoneses bajo los cuales se
entrena un bonsái se basan en el honor, la virtud, el deber, la paciencia, la
humildad, el compromiso, la disciplina y, sobre todo, la constancia. El arte
del bonsái requiere la correcta combinación de la mente y el ojo con la
destreza de la mano. Sin embargo, también es una expresión de armonía entre el
hombre, el cielo y la tierra. En la actualidad, aún son muchas las personas que
consideran el bonsái como una especie particular de árbol, no obstante que un
bonsái podría ser entrenado casi desde cualquier tipo de árbol. El bonsái que
hoy conocemos puede ser una forma de arte eminentemente japonés, pero no es
menos cierto que es una forma de expresión de la naturaleza cimentada sobre
milenios de influencias culturales entre civilizaciones. La práctica del bonsái
constantemente adquiere nuevos adeptos que, desde diversas regiones del globo,
se expresan en escuelas y clubs de carácter internacional. México no es la
excepción.
EL PENSAMIENTO CHINO.
A pesar de estos antecedentes, los
preceptos del bonsái se remiten a la antigua China, donde originalmente se le
denominaba penjing, punsai o penzai. Los monjes taoístas, aislados en los
monasterios, buscaron plantas medicinales para curarse de manera independiente.
Originalmente se cortaban ciertas partes de las plantas para llevarlas a los
monasterios, pero después deciden extraer todo el árbol, trasplantándolo en
contenedores rústicos. Se trataba entonces de imitar por medio de las ramas y
troncos a los animales de la cultura china, como las aves, los leopardos y los
dragones mitológicos. El bonsái era también una forma de identidad cultural,
pues al cambiar de residencia se llevaba consigo ciertos elementos propios de
la región de origen como animales, plantas, árboles, artesanías y esculturas.
Cuentos y leyendas hacen mención del posible origen de este arte en China; uno
de ellos relata que un emperador de la dinastía Han, al no poder observar todo
el territorio que gobernaba desde sus aposentos, crea un paisaje en miniatura
en el cual consigue que los árboles se tornen en sus formas silvestres, pero en
tamaño diminuto.
Durante la dinastía Shang (17511111 a.C.),
el diseño artístico con árboles y rocas se dispersa rápidamente por todo el
territorio chino. La manifestación más antigua de penzai se remonta a la
dinastía Qin (221206 a.C.), en este periodo también surgen impresionantes
expresiones artísticas del penzai en los jardines y palacios imperiales. Otras
evidencias nos remiten a pinturas que datan de la dinastía Tang (618907 d.C.),
en donde se hace referencia a ciruelos, cipreses y coníferas en platos.
En los muros del mausoleo del príncipe Ghang
Huai se observan dos sirvientes llevando árboles en tiestos con las manos, lo
que nos da una idea de la importancia de este arte hace más de mil años. El antiquísimo
interés chino por la creación de jardines fue derivando en miniaturas. La
tendencia fue realizar jardines siempre en menor escala, pasando de paisajes
observados en un jardín de tamaño considerable hasta todo un paisaje contenido
en un tiesto.
En
algunas pinturas se aprecian árboles en tiestos llevados en ambas manos; es tan
grande esta influencia que grandes poetas de la época hacen referencia en sus
obras a los paisajes en miniatura. Algunos de ellos cuentan en antiguas
leyendas que un poderoso mago, de nombre Fei JiangFeng, era capaz de encerrar
casas, bosques e incluso montañas en pequeñas urnas. En China se practicaban
dos estilos de preparación de bonsái de acuerdo con su geografía: en el estilo
del norte se buscaba la armonía por medio de la eliminación de ramas y las
diversas técnicas de poda; el estilo del sur se caracterizaba por respetar la
forma del árbol, recurriendo sólo a la poda, regularmente se trabajaban árboles
que se colectaban en las viejas montañas de China. Posteriormente, durante la
dinastía Song (9601279 d.C.), este arte alcanza su nivel máximo de expresión y
se establece como una escuela artística. Durante la dinastía Ming, penúltima de
la dinastía china (13681644 d.C.), el bonsái se transformó en un arte
tradicional no sólo concerniente al emperador y los nobles, sino también al
pueblo en general. Fue en este periodo que se escribió el libro Espejo de
flores, de Hsu HaoTzu, en donde se describen técnicas y métodos de
entrenamiento, identificación de especies y otros tópicos referentes a la
jardinería.
Hacia los siglos x y xi, los misioneros
chinos llevaron a diversas partes de oriente y Japón los penjing como
manifestación divina, considerando su cultivo y cuidado un objeto religioso que
podía acercar a dios. Los cultos japoneses pronto encontraron técnicas eficaces
para el desarrollo de lo que a la postre sería denominado como bonsái. En una
obra de 1688 aparece referido el término pentsuai, que resulta el equivalente
de la palabra japonesa bonsái, término que significa plantar en maceta.
DE JAPÓN PARA EL MUNDO.
Tras la introducción del budismo en
Japón, alrededor del siglo vi d.C., primero a través de Corea y más tarde
directamente de China, multitud de monjes se desplazaron hasta Japón. El bonsái
propiamente dicho llegó a Japón durante el periodo Kamakura (11851333) por la
secta Zen, la cual empapó a los japoneses de diversas expresiones artísticas
como la poesía, la pintura, la arquitectura y el arte de los jardines. Este
periodo se caracteriza porque el artista tenía mayor libertad de expresión,
obteniendo por diversas técnicas gran realismo.
Otra referencia el bonsái se puede
destacar en una obra de teatro Noh, presentada en el siglo xiv, que cuenta la
historia de un samurái pobre que recibe la visita de un shogun viajando de
incógnito y cómo, para que su huésped no pase frío, sacrifica sus únicas
posesiones de valor: tres bonsáis, que termina por quemar. Hay que destacar que
uno de ellos era un pino, esto es, se aprecia al árbol por su forma y no tan
sólo por sus flores y frutos.
Durante
este siglo, el cultivo del bonsái se consideraba un arte refinado en Japón,
cuya manifestación no sólo se dio entre las clases nobles, sino que se extendió
al pueblo por igual. Así llegó a ser una tradición que, como se sabe, se
practica hasta ahora.
En el transcurso del periodo Edo (16151368)
se desarrollaron árboles con formas grotescas y bizarras. El bonsái también fue
inspiración para poemas y grabados, e incluso los árboles de este periodo se
pueden apreciar aún en diversas colecciones a lo largo de Japón. Fue en este
país donde este arte se consolidó, sentando las bases y preceptos que han
llegado hasta nuestros días: de llamarse penjing se le denomino bonsái, cuyo
kanji se escribe de la siguiente manera:
Una vez que los japoneses aprendieron las
técnicas del penjing, lo modificaron y enriquecieron, dando lugar a la
expresión artística que conocemos hoy día. Existen referencias de lo que se
podría considerar un congreso de artistas, estudiosos de los clásicos chinos y
poetas, que tuvo lugar en las inmediaciones de Osaka a principios del siglo
xix, y que al parecer tenía el propósito de discutir ciertas técnicas y estilos
recientes del mundo de los árboles en miniatura. Según se cuenta, fue durante
esta reunión que se tomó la iniciativa de usar la palabra bonsái para referirse
a un árbol cultivado artísticamente en maceta.
Durante la segunda mitad del siglo XIX,
Japón —que por entonces era un país aislado por voluntad propia, a diferencia
de China— se abre a Occidente. Aparecieron durante este momento histórico
verdaderos profesionales dedicados a extraer material prometedor de colinas,
cerros y montañas. Gradualmente, como era de esperarse, dicho material comenzó
a escasear por la sobreexplotación, dando inicio a una nueva etapa en la
historia del bonsái. Aparecieron entonces centros especializados en el cultivo
de plantas y árboles, así como los primeros prebonsáis, material arbóreo listo
para ser trabajado por los maestros de la época.
Durante la era Meiji (18681912) se inició
el bonsái contemporáneo, incluso el emperador lo impulsó como un arte nacional,
de manera tal que el término bonsái se oficializó. La tendencia de este bonsái
contemporáneo fue realizar árboles de mediano tamaño, fácilmente trasportables
en dos manos, contrastando con la tendencia de siglos anteriores, que era de
árboles grandes contenidos en tiestos. También en este periodo, el bonsái se
consagró como un arte destinado a todos los estratos sociales.
Más o menos por la misma época llegó el
bonsái a Europa, durante la era victoriana, con la Great Exhibition of the
Works of Industry of all Nations, que destacaba el progreso de la tecnología,
las ciencias y las artes, y que se celebró en el conocido Palacio de Cristal de
Londres en 1851.
Entre las primeras apariciones del bonsái se
encuentra la exhibición realizada en París en el año de 1878. En 1909, en la
exposición en Londres, el pueblo inglés pudo apreciar y asombrarse de nueva
cuenta con la forma y estética de estos árboles de técnica japonesa: la
conjunción armoniosa de edad con pequeñez les resultó cautivante. Por las
mismas fechas, el magnate y banquero francés Albert Kahn creó un soberbio
jardín en donde se podían observar muestras de bonsáis. Otras exposiciones de
dichos árboles se llevaron a cabo en París en 1925 y 1937.
Sin embargo, la práctica de este arte en un
principio fue mal entendida en Occidente, puesto que se consideraba una forma
tortuosa de mantener un árbol en condiciones diferentes a las que ofrece la
naturaleza. Se expresaba que los árboles eran colocados boca abajo, que se
injertaba sobre otro en posición normal para así conseguir la aparición de
raíces, e incluso se habló de antiguas “técnicas mágicas”. Con la presencia de
maestros bonsayistas en Occidente, estas teorías quedaron en el olvido, y se
inició el estudio científico del bonsái. El primer tratado europeo al respecto,
llamado Las causas fisiológicas que conducen al achicamiento de los árboles en
los cultivos japoneses, data del año 1889 y fue escrito por el francés J.
Vallot e impreso en el boletín de la sociedad botánica de Francia.
EL ARTE DEL BONSÁI
Esta manifestación artística no es una
simple adicción; su labranza requiere compromiso, pues nos hacemos responsables
de una forma viviente, que demanda paciencia y muchos años de aprendizaje
constante. La práctica de las técnicas del bonsái transmite tranquilidad y
calma, en su expresión se busca encontrar la armonía y expresar nuestro
espíritu a través del árbol. Nos enseña a amar y comprender la naturaleza,
puesto que el bonsái puede ser considerado como una verdadera escultura
viviente que nunca deja de manifestarse. Para el pensamiento occidental, las
cosas que adquieren valor histórico, místico o cultural son resguardadas en
museos, incapaces de tocarse y modificarse. Sin embargo, para el pensamiento
oriental, concretamente respecto del bonsái, estos árboles pueden tocarse e
incluso mejorarse, reflejando el espíritu del hombre que está en completo desarrollo.
Su conocimiento requiere muchos años y la experiencia se trasmite de generación
en generación, al grado de que se pueden observar árboles a los que se les
calcula una edad de 400 años o más.
Para el cultivo del bonsái se debe tomar en
cuenta que, en primer lugar, un bonsái es un árbol; por tanto, como ser vivo,
requiere cuidados especiales y permanentes. La fisiología del bonsái y de un
árbol en la naturaleza es prácticamente la misma, se deben conocer las partes
de un árbol y cómo funcionan entre sí, pues esto es un auxiliar fundamental
para mantenerlo vivo y aplicar las técnicas básicas de formación durante su
entrenamiento (o cultivo).
Las partes del árbol con que debemos
familiarizarnos son la raíz, el tronco, las ramas y las hojas. La raíz es la
parte subterránea que forma el sistema radical; en él se distinguen las raíces
principales, las raíces secundarias y los pelos absorbentes o raicillas, que se
caracterizan por la ausencia de clorofila. Algunas de sus funciones son fijar
la planta al suelo y la absorción de agua, nutrimentos y minerales. El éxito
del transplante de un árbol que está siendo entrenado como bonsái es conseguir
la multiplicación masiva de raicillas, en las cuales se promueve la absorción
de agua. Estas raicillas son importantes para lograr la supervivencia del árbol
que se encuentra en entrenamiento; tratándose de árboles prebonsái, la
reducción de las raíces es lenta, conservando aproximadamente las dos terceras
partes del árbol original.
El
tronco (tallo) se eleva siempre en vertical y forma la estructura de sostén del
follaje; en él podemos observar el duramen (madera), el xilema o capa interna
de células, compuesta de vasos capilares que conducen agua y nutrimentos desde
la raíz, el cambium, capa de células intermedia responsable del control del
crecimiento y de los procesos de cicatrización cuando descortezamos, el floema,
capa periférica de células, responsable de la distribución de los azúcares y
hormonas vegetales producidos en las hojas y, finalmente, la corteza, capa
externa resultante de la acumulación de capas muertas de floema que aísla del
medio externo los tejidos, protegiéndolos de la deshidratación, plagas,
enfermedades y cambios climáticos extremos.
Cada hoja es, básicamente, una fábrica de
alimentos. La hoja consta del limbo, nervaduras y el pecíolo que une al limbo
(cuerpo de la hoja) con el tallo y la vaina donde el pecíolo se inserta en el
tallo. El conjunto de hojas puede defoliarse para conseguir la reducción de su
tamaño y hacer más proporcionadas las estructuras del árbol. En nuestro medio
urbano, al adquirir un bonsái en alguna tienda especializada o vivero se comete
el error de tenerlo en el interior de la casa; esto puede ser una grave
situación en la cual se compromete la salud del árbol, al grado de correr el
riesgo de morir. Recordemos que el bonsái no es un adorno para exhibir y elevar
el ego; en él, la máxima eficiencia fotosintética se produce a temperaturas
mayores que las que corresponden al mismo árbol en la naturaleza, justo porque
en los bonsáis hay una masa fotosintética verde, en proporción, superior a la
del árbol en su estado natural.
Éste
es otro motivo por el que es tan importante tener los bonsáis al aire libre, en
donde puedan obtener de la naturaleza el calor y la humedad necesarios para
llevar a cabo su fisiología.
Como el bonsái se encuentra en un medio
reducido, es necesario proveerlo cada quince días de los nutrimentos básicos,
que son nitrógeno, fosfato y potasio, entre otros. Al entender los procesos
fisiológicos de un árbol, éste tendrá mayores oportunidades de desarrollarse
sanamente a fin de aplicar las técnicas milenarias en él, como son la
defoliación, la poda, el transplante, el retiro de corteza, la preservación de
su madera o el alambrado, entre otras, para que pueda llegar a ser un bonsái.
Debe mencionarse que un árbol entrenado en maceta se denomina hachiue; al
respecto, un estudiante de este arte debe ser paciente y constante, ya que un
árbol entrenado debe pasar siete años en maceta para ser considerado como un
bonsái.
Un elemento primordial del bonsái es que
puede inspirar y elevar el espíritu humano: este hecho es aceptado tanto por
entusiastas aficionados como por maestros bonsayistas. Es una alternativa para
fomentar el amor y cuidado de la naturaleza.
FUENTES;
Revista de Ciencias de la UNAM. No 101.
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