NATIVOS DE MESOAMÉRICA.
LA CULTURA AZTECA (Final).
ORGANIZACIÓN
MILITAR: LOS GUERREROS AZTECAS.
El ejército azteca estaba altamente
especializado, ampliamente respaldado por la sociedad y el Estado, que no
dudaba en destinar grandes recursos a los asuntos militares y no me refiero
únicamente a los inherentes al despliegue bélico, sino a la existencia de tribunales
castrenses, edificios para sus ritos y reuniones, también buena parte de los
productos de lujo que se reservaban para recompensar las hazañas guerreras,
además de incluir en el calendario gran cantidad de fiestas relacionadas con el
mundo militar. Sin duda, éstas eran las que más predicamento social tenían,
porque en ellas el Estado hacía gala de su liberalidad, haciendo partícipe de
los triunfos militares a toda la comunidad, en grandiosos espectáculos públicos
donde se recompensaba a los mejores guerreros y se le encumbraba a la categoría
de héroes.
Otros recursos del Estado financiaban escuelas militares a las que todos
los jóvenes aztecas, nobles o plebeyos, tenían la obligación de asistir. En
ellas impartían el entrenamiento necesario para fortalecer el cuerpo, sin descuidar
la mente y cuando estaban preparados hacían su primera incursión en el campo de
batalla, bajo la supervisión de un guerrero experimentado.
Primero acarreando los pertrechos y poco a poco interviniendo en las
refriegas, hasta labrarse un futuro prometedor a través de la captura de
enemigos. El número de prisioneros y si se hacían en solitario o en grupo
marcaba el ascenso militar. Los distintos grados, las unidades tácticas,
incluso la filiación étnica quedaba definida por el uso distintivo de los
trajes, las divisas, las armas y los peinados, todo ello regulado en unas
ordenanzas dictadas por Moctezuma. En ellas dejaban claro quién, por qué y
en qué circunstancias podía vestir de determinada manera e infringir estas
normas se pagaba con la vida, pero antes de disfrutar de estos privilegios los
jóvenes aztecas tenían la obligación de asistir a las escuelas, patrocinadas
por el Estado, donde aprendían las artes militares.
Los nobles de más alto rango ingresaban en las prestigiosas sociedades militares
que, como tales, tenían sus elementos distintivos. Estaban formadas por la
elite militar y disfrutaban de amplísimos privilegios. Para ser miembro había
que pasar por ritos y ayunos de extrema dureza, tras los cuales el tlatoani, en
celebración solemne, procedía a horadar la nariz de los nuevos miembros y les
otorgaba sus armas e insignias características. Estos guerreros no
promocionaban más, aunque fueran incrementando el número de cautivos en las
guerras y para ser miembros debían apresar a cinco guerreros de las provincias
de Atlixco, Huexotzingo o Tliliuhquitépec y si dos de ellos procedían de
Atlixco o Huexotzingo era «tenido por terrible y valentíssimo».
Sus privilegios no acababan en el
vestir, sino que disfrutaban de exenciones fiscales, de un lugar específico de
reunión llamado quauhcalli o «casa de las águilas», ubicado en el centro
ceremonial, de tribunales para juzgar sus asuntos y el tlatoani los distinguía
con su amistad. Estas sociedades estaban representadas por animales totémicos
que conferían sus cualidades a los guerreros y aunque las más conocidas eran
las águilas y jaguares, también existían otras como los coyotes o los admirados
otomíes o cuachic que, siendo en extremo valientes, no estaban representados
por ningún animal.
TIPOS DE
GUERREROS.
Guerrero
Cuachic o Rapados.
Estos guerreros eran los más
valientes de la elite azteca por haber «sobrepujado sus hechos y valentías, en
número de veinte». Su aspecto era tan feroz que no necesitaban ningún traje
especial para inspirar terror en el enemigo. Iban prácticamente desnudos, sin
que las inclemencias del tiempo hicieran mella en ellos. Utilizaban peinados y
pinturas corporales como distintivo de su pertenencia a esta unidad.
Su valor
era legendario de tal forma que preferían morir antes que retroceder. Se les
encomendaban misiones de alto riesgo como la de internarse en territorio
hostil, para obtener información vital para la estrategia del combate y en la
batalla cada cuachic debía velar por la vida de tres o cuatro novatos porque se
les consideraba «amparo y muralla de los suyos» y eran capaces de permanecer
inmóviles, sin comer o beber, varios días para alcanzar su objetivo. A esta
orden pertenecían miembros tan prestigiosos como Tlaacahuepan, uno de los
hermanos de Moctezuma Xocoyotzin y según Clavijero el mismo tlatoani.
Guerrero
águila.
Sin duda es el guerrero que alimenta el imaginario azteca; sin embargo, es
una paradoja comprobar que, a pesar de ello, no es el más representado, quizás
la razón se deba a su propia exclusividad ya que sobre la armadura de algodón
se ponían un mono recubierto de plumas y éstas eran un producto de lujo muy
exclusivo, que sólo algunos privilegiados podían utilizar con permiso real.
El
traje se acompañaba de un casco con la forma de la cabeza de un águila, por
cuyo pico abierto el guerrero mostraba su rostro.
Guerrero
Jaguar.
Junto al guerrero águila el ocelotl o guerrero jaguar es la tipología
que más se asocia con la ideología guerrera azteca y como señala Justyna Olko la
identificación guerrero-azteca guerrero-jaguar debió estar fuertemente arraigada
hasta bien entrado el siglo XVIII, por su representación en documentos de esa
época. Este traje aparece en las listas de tributos exigidos a diferentes
provincias. Unas veces, confeccionado y otras simplemente las pieles curtidas.
Era de cuerpo entero, atado por la espalda y elaborado en algodón, imitando la
piel del felino, o con el propio cuero.
Los había de distintos colores y, a
veces, por su iconografía parecen estar elaborados con plumas. En cualquier
caso, los aztecas eran expertos tintoreros y los productos para teñir
garantizaban su permanencia tras los lavados. Además del traje completo había
otro que se hacía de tiras de piel llamado oceloehuatl que podían usar los
plebeyos cuando alcanzaban la máxima categoría militar.
EL FIN DEL
IMPERIO AZTECA
La conquista de Méjico, núcleo central del futuro Virreinato de Nueva
España, constituido en 1535 fue encomendada en 1518 a Hernán Cortés (1485-1547)
por Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba. Ya tenían los españoles
noticias, gracias a las exploraciones previas realizadas ese mismo año por Juan
de Grijalba, del Imperio Azteca.
Así, con escasos efectivos –unos 400 hombres y algo más de 30 caballos emprende
su tarea Cortés, que contó con colaboradores tan importantes como Jerónimo de Aguilar
o la india Malinche- doña María-, su fiel intérprete y amante, que concebiría
del conquistador a su hijo Martín; la expedición funda Veracruz, donde se
constituye un Cabildo que renuncia a cualquier dependencia respecto a Cuba, e
inicia el camino hacia el interior, aliándose con tribus hostiles a los
aztecas, lo que le generó un elevado número de guerreros que le ayudaron a la
conquista de la meseta del Anahuac y la ocupación en noviembre de 1519 de
Tenochtitlán, donde el emperador Moctezuma, no así todos sus caciques, juró obediencia a Carlos I.
Hostigado por tropas enviadas contra él por el propio gobernador de
Cuba, Cortés abandona la ciudad, dejando en su lugar a Pedro de Alvarado, cuya
desafortunada gestión es el germen de una dura rebelión indígena, que termina
obligando a los españoles –ya fallecido Moctezuma- a abandonar Tenochtitlán en la
“Noche Triste” (1 de julio de 1520). La reconquista de aquélla, ahora por una
vía plenamente militar, tiene como preámbulo la victoria española en la batalla
de Otumba y se culmina con el dominio de la resistencia encabezada por el nuevo
emperador, Cuahtemoc, torturado y asesinado por los españoles. Éstos irían
anexionando fácilmente los territorios que conformarían Nueva España, de los que
Carlos I nombraría gobernador a Cortés en 1522, aunque no tardó en ser
reemplazado como máxima autoridad por Nuño de Guzmán, con el cargo de
presidente de la Audiencia.
WILKES, J. (1990), Hernán Cortés,
conquistador de Méjico, Madrid, Alianza.
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